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15 June 2010

Una nueva revisión de la evidencia científica disponible sostiene que el consumo moderado de refrescos no incide en la obesidad

La eventual relación entre obesidad y consumo de refrescos continúa generando debate entre la comunidad científica y la revista científica “Obesity Reviews” ha publicado un artículo en el que sometió a revisión diferentes estudios para concluir finalmente que hasta la fecha no existe evidencia científica de que el consumo moderado de refrescos esté directamente relacionado con el aumento de la obesidad.

Los autores titularon el trabajo
“Consumo de bebidas azucaradas y peso corporal: revisión sistemática y meta-análisis de estudios aleatorios”. En él, se seleccionaron diez estudios recientes en base a los siguientes criterios: estudios en humanos y diseño aleatorio, con tres semanas de seguimiento como mínimo y en el que no participaran mujeres embarazadas, enfermos o personas que estuvieran bajo situaciones de estrés.

Los autores encontraron disparidad de conclusiones en los estudios revisados y concluyeron: “Los resultados de los estudios que actualmente están a nuestra disposición no demuestran de manera concluyente que el consumo de bebidas azucaradas contribuyan decisivamente en la obesidad, como tampoco se demuestra que reduciendo el consumo de bebidas azucaradas se reduzcan los índices de masa corporal”.

--Política y realidad

Ciertos sectores de la sociedad están abogando por incluir diferentes medidas para evitar el consumo de bebidas azucaradas incluso en cantidades moderadas, y algunos Gobiernos han adoptado diferentes medidas en este sentido, dirigidas especialmente a los sectores más jóvenes de la sociedad. Pero los autores de este trabajo de análisis estiman que dichas decisiones son precipitadas, al entender que no existe una base científica sobre la que apoyar normas que graven el consumo de bebidas azucaradas.

Por otra parte la prestigiosa publicación científica “New England Journal of Medicine, también expresó recientemente sus serias dudas sobre la opción de gravar impuestos contra determinados tipos de alimentos y bebidas como medida eficaz para combatir la obesidad.

De esta forma, tres médicos revisaron otros tres artículos científicos (publicados en 2004, 2007 y 2009) y llamaron la atención sobre la ineficacia de gravar los refrescos para luchar contra la obesidad.

Michael J. Rinaldi, del Heart and Vascular Institute de Charlotte, reseñó sus dudas sobre esta eventual medida y se preguntó: “¿Debería aplicarse a todos los productos nutricionalmente menos interesantes y a la comida rápida? Y, si se trata de una medida de salud pública para reducir los costos de recursos sanitarios, ¿por qué no introducir también impuestos adicionales, por ejemplo en vehículos y armas, también responsables de muchas muertes y gastos sanitarios?”.

Más estudios

Cada vez son más numerosos los estudios sobre consumo de refrescos y obesidad, que intentan arrojar luz sobre este vínculo. Así, la revista científica “Nutrition Research Reviews” publicó recientemente un artículo titulado “Refrescos y obesidad: una revisión sistemática de la evidencia en base a estudios y análisis”, en el que concluía: “La mayoría de estudios sugieren que el efecto del consumo de refrescos sobre un eventual aumento de peso es pequeño salvo en personas propensas a ganar peso o que tengan altos niveles de consumo”.

Por otro lado, el Estudio Avena, realizado por científicos españoles del CSIC, sobre una muestra de más de 1.500 adolescentes de nuestro país, también afirma que “no hay una relación directa entre el consumo de bebidas refrescantes y obesidad”, reclamando una línea de actuación para las autoridades sanitarias se centren prioritariamente en la recomendación del seguimiento de una dieta adecuada y el abandono de la vida sedentaria.

Los resultados del Estudio Avon realizado en Cambridge el año pasado, con una muestra total de 1.203 niños de entre cinco y seis años de edad tampoco mostraron una asociación significativa entre la obesidad y el consumo de bebidas azucaradas. Los investigadores que participaron en este estudio afirman que hay muy pocas pruebas de que las bebidas azucaradas jueguen un importante papel en la obesidad comparadas con otras comidas, aunque también insisten en la necesidad de aportar equilibrio en la dieta.

También en este ámbito, científicos de la Universidad de Otago, pertenecientes a diferentes áreas médicas, analizaron concretamente el consumo de azúcar o sacarosa y su relación con el peso corporal. El trabajo, publicado en “Public Health Nutrition”, tenía por objeto investigar la posible relación entre el índice de masa corporal (IMC) y el consumo de azúcar y grasa en adultos y niños de Nueva Zelanda. Para ello, se realizó un estudio transversal en hogares y colegios del que formaron parte 4.379 adultos (mayores de 15 años) y 3.049 niños (de 5-14 años). Sus resultados muestran cómo los adultos con sobrepeso u obesidad no realizaron un consumo mayor de azúcares o sacarosa que los adultos de peso normal.

Otro trabajo publicado por el “American Journal of Clinical Nutrition” también derriba el viejo mito de la asociación entre consumo de bebidas azucaradas y obesidad en adolescentes, afirmando que no hay ninguna relación entre ambos siempre que el consumo de refrescos sea moderado. Aunque también sugiere nuevos estudios prospectivos que incluyan criterios tales como el cambio de metabolismo en los adolescentes y los hábitos alimentarios de éstos.

En consecuencia, no solo los patrones dietéticos son importantes, sino que también lo son los hábitos alimentarios y de actividad física que se tienen que tener siempre en cuenta cuando se evalúan en relación con la obesidad.

-Déficit alimentario y sedentarismo

El problema de la obesidad infantil y juvenil es motivo de preocupación de todas las autoridades sanitarias y, según datos facilitados por la AESAN, España ya sitúa su tasa de obesidad, entre la población infantil y juvenil (2-17años), en el 9,13%, mientras que el sobrepeso se encuentra en el 18,48%.

Con este marco de fondo, a la hora de abordar los principales motivos que puedan haber conducido a las actuales tasas de obesidad, ha de tenerse en cuenta el importante déficit alimentario. Los resultados del programa Perseo presentados este año indican que los niños de 6 a 10 años consumen grasas en casi el 40% de la ingesta energética, cuando se recomienda el 30%. Así y comenzando el análisis por el desayuno se observa que a esta primera comida del día se le dedica un tiempo insuficiente. Según datos recientes de la AESAN, el 8% de los niños en edad escolar, acude al colegio sin desayunar.

En este sentido el estudio EnKid, ya evidenciaba que el 6,2% de la población infantil y juvenil española no desayunaba habitualmente, existiendo una relación clara entre este mal hábito alimenticio y la obesidad. A esto ha de sumarse el hecho de que, según este mismo estudio, casi un 60% de los niños dedicaba al desayuno menos de 10 minutos, lo que se asocia a una baja calidad nutricional.

Asimismo el resto de comidas del día tampoco resultan mucho más ventajosas, considerando un marco social y educacional en el que los menores invierten muchas horas al día (3 según los últimos estudios) delante de la televisión o del ordenador, favoreciendo el sedentarismo.

Por otro lado hay que añadir que el sedentarismo se sitúa como uno de los principales motivos, si no el que más, del aumento de los índices de obesidad en todo el mundo. Según la OMS, anualmente mueren 1,9 millones de personas en todo el mundo a causa de la inactividad física, que deriva en patologías crónicas y perniciosas para la salud. Sólo en la Unión Europea hay más de dos millones de personas inactivas y en España sólo el 40 por ciento de los adultos realiza actividad física.

La Revista Española de Cardiología publicó en marzo un estudio realizado por La Universidad de Queensland, en Brisbane (Australia), en el que los autores realizaron mediciones antropométricas para determinar la adiposidad general y determinaron una serie de biomarcadores del riesgo cardiovascular. En sus resultados, describieron “asociaciones significativas entre el tiempo empleado en una conducta sedentaria o la grasa corporal y los biomarcadores del riesgo cardiovascular” en un grupo de jóvenes situado entre los 13 y los 16 años de edad.

Necesidad de un plan de intervención

Los autores del estudio también encontraron “asociaciones nocivas” del tiempo dedicado a la televisión con los marcadores cardiometabólicos incluso en los individuos que cumplen lo establecido en las directrices de salud pública para la actividad física (a los que, por lo tanto, se consideraría “activos”). Este mismo trabajo señala a los adolescentes como “grupo diana clave” dentro del sedentarismo.

El trabajo concluye afirmando: “Hay una necesidad crucial de desarrollar una gama más amplia de oportunidades para que niños, adolescentes y adultos tengan más actividad física y dispongan de formas prácticas y realistas de dedicar menos tiempo a estar sentados dentro del contexto normal de sus actividades diarias”.

Hoy en día se ha visto que para invertir la tendencia ascendente del sobrepeso y la obesidad, como mínimo hay que dedicar de 15 a 45 minutos a cada ágape, según tipo de comida, hacer cinco comidas al día y abandonar el sedentarismo optando por la práctica diaria de ejercicio. Así el programa Perseo ya expuso que el 13% de los niños nunca hace deporte o actividades deportivas, y casi el 10% de los alumnos sólo realizan actividades deportivas de una hora a la semana, cuando los expertos indican que a esas edades, debe realizarse actividad física al menos una hora al día.

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