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13 June 2013

INVESTIGADORES DE LA ESCUELA ANDALUZA DE SALUD PÚBLICA MUESTRAN LOS RIESGOS DE LA EXPOSICIÓN A SOLVENTES INDUSTRIALES


Maternal and paternal exposure to organic solvent and anencephaly’ es el título de una investigación que ha evaluado la relación entre la exposición a solventes industriales y el riesgo de tener un hijo o hija con anencefalia, una malformación congénita del sistema nervioso central que afecta al tubo neural, que resulta incompatible con la vida. La investigadora de la Escuela Andaluza de Salud Pública (EASP) Marina Lacasaña presenta los resultados de este trabajo andaluz, pionero internacionalmente, en el Congreso de la Sociedad Española de Salud Ambiental que se celebra hasta mañana en la EASP, organismo dependiente de la Consejería de Salud y Bienestar Social. El trabajo se presenta en una mesa que aborda, además, los riesgos en la  salud de las personas de la exposición a elementos químicos presentes en la vida cotidiana.

La investigación presentada por la EASP aporta dos novedades a lo que se sabía hasta la fecha sobre exposición a solventes industriales: la exposición de la madre, aún siendo indirecta, es tan determinante o más que la del padre, y el período previo a la concepción debe tenerse también muy en cuenta.

Estudios anteriores habían demostrado una relación evidente entre la exposición de hombres que trabajan en la industria a solventes orgánicos y el riesgo de tener hijos con esta malformación. Pero las investigaciones que profundizaban en la exposición de la madre, tanto de forma directa como indirecta, eran escasas y no concluyentes. Por tanto, las implicaciones del hallazgo en la salud pública han resultado evidentes: las mujeres que se exponen directamente en el trabajo a solventes orgánicos (exposición directa), o que viven con hombres expuestos a estos compuestos (exposición indirecta), deben ser protegidas, especialmente durante el período periconcepcional, si están planeando tener un hijo.

Tóxicos cotidianos
Bajo el nombre de ‘Sustancias químicas emergentes’, Nicolás Olea, catedrático y director del Departamento de Radiología, Radioterapia y Oncología de la Universidad de Granada, pone sobre la mesa la composición de determinados materiales que la evidencia científica ya ha identificado como perjudiciales para nuestra salud y que, aún hoy, se encuentran en multitud de objetos presentes en nuestra vida cotidiana.

Es el caso, por ejemplo, de los cosméticos. Productos tan usuales como champús, jabones, desodorantes o perfumes, incluyen  unos compuestos químicos llamados parabenos. Estos elementos han sido identificados, en  varias investigaciones, como negativos para nuestro sistema hormonal. Además, se han encontrado restos de parabenos en algunos en tumores de mama.

Lo mismo ocurre con los residuos de pesticidas u organoclorados persistentes localizados en determinados alimentos. Es el caso de las hortalizas o el pescado, cuyo ejemplo más reciente es el del atún. Su consumo se acaba de prohibir en menores por las dosis altas de mercurio detectadas en los últimos análisis.

Pero sin duda, uno de los peores, y también de los más frecuente, es el Bisfenol A.  Se utiliza para fabricar plásticos y policarbonatos, y se encuentra en envases alimentarios, como envoltorios de pizzas, embutidos, o precocinados. El Bisfenol A interfiere en el sistema hormonal, en concreto, mimetiza y suplanta el efecto de las hormonas, fundamentalmente el de los estrógenos, y por ello puede provocar daños en el desarrollo, crecimiento y reproducción. Los investigadores han descubierto, por ejemplo, que dosis muy bajas de este compuesto son suficientes para causar anormalidades en el desarrollo embrionario de ratones. Actualmente, estamos rodeados de Bisfenol A. Lo encontramos en  utensilios de cocina, biberones, latas, herramientas hospitalarias e incluso empastes dentales.

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