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05 July 2011

Vivir en la ciudad eleva el riesgo de sufrir enfermedades mentales



Parece que no hay escapatoria a la vida en la ciudad. Sólo unos pocos pueden -y quieren- comenzar una nueva existencia rural. El resto tiene que resignarse al ruido, las multitudes y las prisas. Las grandes localidades ya agrupan a la mayoría de la población mundial y se estima que hacia 2050 el 70% de las personas será urbanícola. Con sus ventajas (que son muchas) e inconvenientes. Entre estos últimos hay uno muy destacado: el deterioro de la salud mental.
Hace años que se sabe que quienes habitan en grandes núcleos urbanos tienen más riesgo de sufrir depresión y esquizofrenia, entre otros problemas psiquiátricos. La culpa de todo la tiene el estrés, que aumenta los niveles de cortisol y adrenalina. A la larga, estas sustancias provocan el agotamiento progresivo del sistema nervioso autónomo o vegetativo, encargado de mantener la situación de equilibrio del organismo y efectuar las respuestas de adaptación ante los cambios internos o externos. Cuando estos mecanismos de control fallan, primero suele presentarse la ansiedad y, más tarde, aparece la depresión.
Esta senda hacia la pérdida de la salud mental también puede producirse en personas que se han criado o viven en el campo, pero en mucha menor medida.






-¿Por qué?
Un estudio publicado la semana pasada en la revista 'Nature' ofrece la primera justificación biológica: el cerebro de los urbanícolas y de los habitantes del campo reaccionan de forma diferente al estrés. Ante una situación de tensión, las técnicas de imagen cerebral mostraron que en los primeros se activaba de forma bastante más intensa la amígdala, zona a la que se le ha atribuido un papel importante en el procesamiento de las reacciones emocionales. Se trata de un hallazgo preliminar, ya que aún queda por determinar el mecanismo concreto que produce esas diferencias y si está directamente relacionado con el desarrollo de enfermedades mentales. El trabajo tampoco explica por qué las personas de la ciudad son más vulnerables a los rigores del estrés, pero eso no es difícil de adivinar.


-Sin control
En los núcleos poblacionales grandes hay, según Javier García Campayo, psiquiatra del Hospital Miguel Servet de Zaragoza, "multitud de estímulos negativos". En primer lugar, apunta, "la vivencia del tiempo es muy diferente a la que se tiene en los pueblos", en los que la gente se saluda por la calle, se para a charlar, apenas mira el reloj... Por otro lado, en las pequeñas localidades suele haber relaciones interpersonales más ricas, "aunque no siempre son idílicas; ahí están los sucesos de Puerto Urraco", comenta el psiquiatra. En la ciudad "hay mucha más gente y las relaciones son más superficiales".
Para Jesús de la Gándara, jefe del Servicio de Psiquiatría del Complejo Asistencial de Burgos, el factor más importante es "la sensación de pérdida de control" que experimentan los urbanitas. La prisa, el tráfico, la saturación de información, el número de contactos personales... Todos estos elementos hacen que el individuo se sienta indefenso, solo, sin apoyo de nadie y sin posibilidades de conducir su propia vida.
También hay fuentes de estrés relacionadas con el entorno físico de la urbe, como la contaminación acústica y ambiental. Por eso, hay diversas iniciativas urbanísticas que pueden relajar a los estresados ciudadanos: ampliar las zonas verdes, limitar el tráfico, aplacar los ruidos, etcétera.
No obstante, buena parte del trabajo de adaptación tendrá que hacerlo el propio individuo. Tal y como apunta Antonio Bulbena, miembro de la Sociedad Española de Psiquiatría, todavía no se sabe a ciencia cierta si el peligro de padecer patologías mentales "es por el efecto de la ciudad o por la propensión de cada persona cuando está sometida al estrés".
Entonces, ¿Qué podemos hacer para escapar del estrés urbano, sea cuál sea su origen? De la Gándara cree que hay que "reducir el miedo aumentando el control y la sensación de placer. Esto se consigue con una vida más hedonista". Además, anima a conseguir apoyos: "Que tengamos con quien hablar cuando lo necesitemos".
Si las cosas se ponen muy feas, o incluso antes, la psicoterapia puede acudir al rescate. En las consultas privadas y en hospitales públicos como el Miguel Servet de Zaragoza empieza a implantarse una técnica que viene a ser algo así como una meditación moderna: el mindfulness (en inglés, conciencia plena). Este método, según García Campayo, "utiliza como referencia la respiración y la postura corporal". Consiste en ir dejando pasar los pensamientos estresantes conforme aparecen. De este modo, el diálogo interior que mantenemos con nosotros mismos prácticamente desaparece. "Alguien que medita va aprendiendo a aceptar su situación y a disfrutar del momento", asegura el especialista.



-Un ritmo más lento
Otra opción es establecer un ritmo más lento en tu vida. Las ciudades 'slow' (lento en inglés) surgieron en 1999 en Italia. Son una continuación del movimiento que aplica el mismo adjetivo a la comida ('slow food') y, en general, a un estilo de vida basado en aparcar las prisas y renunciar a hacer mil cosas a la vez porque, en el fondo, el concepto multitarea no encaja con el ser humano.
Las localidades que quieren adherirse a este movimiento deben cumplir varios criterios, como no ser capitales de provincia, no sobrepasar los 50.000 habitantes, conservar el casco antiguo cerrado al tráfico, contar con una gastronomía autóctona y fomentar los productos artesanales.
A las numerosas poblaciones italianas que conforman este movimiento se han sumado otras de diversos países, entre ellas seis españolas: Begur (Gerona), Bigastro (Alicante), Lekeitio (Vizcaya), Munguía (Vizcaya), Pals (Gerona) y Rubielos de Mora (Teruel).
Esta iniciativa es uno de los mejores ejemplos de medidas urbanas antiestrés en pleno siglo XXI. Ya hay quien cree que sería interesante abrir un poco la mano e incluir ciudades más grandes.






**Publicado en "EL MUNDO"

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