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20 March 2011

Minerales contra la radiación

No se siente, ni siquiera huele y apenas hay síntomas que nos adviertan que nuestro organismo está recibiendo altas dosis de radiación. Sin embargo, las consecuencias de sus efectos terminan acumulándose en todos los órganos provocando graves alteraciones para la salud. Yodo 131, estroncio 90 y cesio 137 encabezan la lista los contaminantes radioactivos que resultan más agresivos para el organismo. En concreto, para minimizar los efectos la presencia de yodo 131 en la atmósfera, el doctor Rafael Herranz, jefe del Servicio de Oncología Radioterápica y del Centro de Radiopatología del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, explica que «por afinidad metabólica, el yodo 131 va a parar a la tiroides y, para contrarrestar su efecto más agresivo que es la aparición del cáncer de tiroides, se administra yoduro potásico en forma de suplemento con el fin de bloquear dicha glándula. Así, cuando la radiación se inhale o se ingiera no se acumule y puede eliminarse a través de la orina. Esta medida, unida a la profilaxis, está en todos los manuales de emergencia radiológica».

La dosis prefijada va, según Herranz, «de 130 miligramos en adultos, un comprimido al día durante un periodo de cinco días, mientras que a los niños, la cantidad no llega ni a la cuarta parte». Al margen de los suplementos, el yodo también se puede obtener a través de la alimentación. Además, los japoneses cuentan con la ventaja de que «son grandes consumidores de pescado y algas, los productos con un mayor contenido en este mineral», sostiene Emilio Martínez de Victoria, catedrático de Fisiología y director del Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos de la Universidad de Granada. Asimismo, para prevenir la deficiencia de yodo en el organismo, el doctor Lluis Vila Ballester, coordinador del Grupo de Trabajo de Trastornos de la Deficiencia de Yodo-Disfunción Tiroidea de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), «sería suficiente ingerir al día la cantidad de sal yodada que cabe en una cucharadita de café, unos tres gramos». Asimismo, «consumir de tres a cuatro raciones de pescado a la semana cubre las necesidades de yodo», advierte el doctor Vicente Orós Espinosa, miembro del Grupo de Nutrición de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (Semergen). Al margen de los productos marinos, Orós sostiene que «también la leche, los huevos, las hortalizas y las frutas aportan este mineral, pero depende de la variabilidad de la dieta de los animales y del contenido en la tierra de cultivo, pudiendo alcanzar hasta los cien microgramos al día».

Dado que las algas encabezan la lista de alimentos básicos en la población japonesa, existen variedades que pueden contribuir a disminuir los efectos de la radiación en el organismo. Por ejemplo, la variedad Kombú es una de las más ricas en yodo y por su contenido en ácido algínico actúa como un limpiador natural y eliminador de toxinas. Una vez se han dejado de ingerir suplementos de yodo, Martínez de Victoria recomienda «seguir incrementándolo en la dieta a través de productos ricos en ese mineral». Sin embargo, resulta tan peligroso para la salud un defecto como un exceso de yodo. «Una ingesta igual o por encima de dos miligramos resulta potencialmente peligroso. Solamente con la dieta difícilmente se alcanza un miligramo diario», advierte Orós. Y es que, un abuso da lugar según Martínez de Victoria, «a una hiperplasia de tiroides, es decir, a un bocio y a un posible hipotiroidismo porque la hormona hipofisiaria que estimula dicha glándula se secretaría en menores cantidades cuando los niveles plasmáticos de yodo son muy elevados». Para reducir la presencia de otros contaminantes como el estroncio 90 que se concentra en los huesos o el cesio 137 que da lugar a náuseas, vómitos, diarreas, y hemorragias, existen alimentos y complementos que pueden contribuir a minimizar sus efectos sobre la salud humana.

-MINIMIZAR RIESGOS

En concreto, el alginato, presente en algunos tipos de algas, según Martínez de Victoria, «además de emplearse en la cocina como espesante y gelificante, es un agente quelante del estroncio 90». En esta misma línea se sitúa el doctor Antonio Galán de Mera, coordinador del Área de Conocimiento de Botánica y profesor del departamento de Biología y director del Herbario de la Universidad San Pablo-CEU, quien explica que, «el ácido algínico forma una película alrededor del tubo digestivo y evita la absorción de este tipo de sustancias. Además, las algas pardas poseen una elevada cantidad de yodo y aminoácidos azufrados que disminuyen la acción del estroncio 90». Lo mismo sucede, continúa el especialista en botánica, «con las rojas muy habituales en Japón y con todas las plantas que pertenezcan a la familia de los mucílagos. A raíz de lo sucedido en Chernóbil, existe mucha bibliografía sobre este tema y también se habla de una variedad de alga parda, cochayuyo, que viene de la zona de Chile y Perú». Por su parte, la alga Kelp cuyo empleo resulta habitual en las dietas de adelgazamiento, al igual que las que poseen alginato sódico, resulta eficaz para reducir la absorción de este contaminante radioactivo. Asimismo, el azul de Prusia, un tipo de suplemento, ejerce, según Galán de Mera, «la misma acción a nivel digestivo que los alginatos y está indicado cuando se ingiere cesio 137. La administración se hace a través de suplementos orales en forma de pastillas». Pero en cualquier caso, Martínez de Victoria está convencido de que «seguir una dieta rica en antioxidantes y en productos derivados de la soja ricos en isoflavonas parece disminuir los efectos carcinogénicos de las radiaciones ionizantes».

**Publicado en "La Razón"

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