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20 December 2010

El ejemplo de la "Fundación También"



Pincho tiene diez años. Nació con una discapacidad física: doble agenesia de ambos miembros inferiores, que significa que el crecimiento se paró a la altura de las rodillas. Pincho esquía, monta en bicicleta, juega al fútbol y va en piragua, entre otras muchas cosas.
Adrián tiene dieciséis años. Sufre esclerosis múltiple, falta del miembro inferior derecho, ausencia del juego de la rodilla en el izquierdo y pie doloroso. Desde que nació está en silla de ruedas. Practica ciclismo, natación, esquía y va a la escuela de baloncesto en silla de ruedas.
Rosa tiene veintisiete años. El pasado mes de febrero sufrió amputación femoral en una de sus piernas. Hace cuatro días empezó a esquiar y la alegría ha vuelto a su vida.
Irene —Irene Villa— tiene treinta y dos años. Nació en perfecto estado de salud pero fue víctima de la sinrazón de los innombrables que la dejaron sin piernas y con graves amputaciones en las manos. Forma parte del primer equipo femenino de competición en silla de Esquí Alpino Fundación También y este año, en Francia, compartió podio —ganó la medalla de plata— con otras dos compañeras de equipo.


-La clave es participar
Una vez más, España está en lo más alto del deporte. Y esta vez gracias a una mujer, Teresa Silva, creadora, directora y alma de la Fundación También, que nació para hacer del deporte adaptado el mejor vehículo para la integración de personas con discapacidad. Ella es el mejor ejemplo de que participar es la clave.
Teresa Silva dice que no tiene edad para confesarla. En 1989 sufrió un accidente mientras entrenaba para los Campeonatos del Mundo con la Selección Española de Parapente. Se quedo parapléjica. Lo supo desde el primer momento. No sentía las piernas. «Estaba en la flor de la vida, con la ilusión del campeonato y de repente me encuentro que no voy a poder hacer nada de lo que me gusta e iba a moverme por la vida en una silla de ruedas», indica Teresa con una energía sobrecogedora. Después de pasar por hospitales, operaciones, rehabilitación y nueve meses en el Hospital de Parapléjicos de Toledo poco a poco volvió a su vida habitual. Salvo al deporte. «Fue el gran vacío en mi vida hasta que en 1998 unos americanos vinieron a España para extender la práctica del esquí alpino adaptado. Me enteré, me apunté y volví a esquiar. El primer día que bajé las pistas mi vida dio un giro, mi cabeza cambió el “chip” y volví a ser la Teresa de antes», recuerda.
Una sensación que quiso compartir con todos aquellos que estaban en su misma situación. Comenzó a colaborar con asociaciones de discapacitados y casi sin darse cuenta «estaba sembrando la semilla de la Fundación También (www.tambien.org)». Corría el año 2000. A principios de 2001 ya estaba en marcha. Hoy es una realidad que llega a miles de personas.
¿Por qué También? «Porque quería englobar en una sola palabra que nosotros no tenemos por qué renunciar a nada. Que “también” tenemos los mismos gustos, “también” contamos, “también” podemos. Que somos como todos los demás. Un nombre que transmitiera concordia e igualdad». Acertó de pleno. Y desde el principio lo tuvo claro: el compromiso era para siempre. Así ha sido.
Esquí, buceo, vela, piragüismo, ciclismo, senderismo, pádel, tenis de mesa o esquí alpino adaptado. Descender por el Sella o hacer el Camino de Santiago en bicicleta. Competir, soñar, jugar es una realidad para casi los 4.000 beneficiarios de esta organización. Niños, jóvenes y adultos. Porque aquí piensan en todos aunque su punto débil son los pequeños. Como apunta Silva, «primero porque se lo merecen, segundo porque son los futuros hombres y mujeres de este país, tercero porque hay que ayudar a las familias y conseguir que no renuncien a nada».
Cuenta Virginia, madre de Pincho, que «si cuando nació mi hijo el médico me hubiera dicho que iba a ser un gran deportista le hubiera tachado de loco. La Fundación También cambió nuestras vidas, era la pieza del puzle que nos faltaba y desde entonces ayudo a Teresa en lo que puedo». Cuando vio a su hijo bajar los 14 kilómetros del río Sella, «¡remando al revés!», lloró, claro, y supo que iba a ser capaz de todo. «Ha superado retos que ni yo misma conseguiría, ha desarrollado un afán de superación y le ha venido bien para todo», asevera.
Manolo, el padre de Adrián, opina lo mismo. «Cuando tu hijo nace así no se te pasa por la cabeza que algún día haga deporte. Cuando ahora le veo realizar tantas actividades me lleno de orgullo. Hasta que entró en la Fundación sólo jugaba con un patín con los amigos del barrio». Para él significó mucho. «Sale, va montar en bici conmigo y mis amigos (difícil seguir su ritmo), esquía, juega al pádel. No existen barreras», añade. Para todo el equipo que forman la Fundación También elogios y halagos.
Es su turno. Pincho toma la palabra. Con una naturalidad aplastante nos cuenta las actividades que hace. Lo que más le gusta es el esquí que practica en La Pinilla y en Sierra Nevada con su material adaptado. «Mira, es un esquí, y luego arriba lleva como una silla y unos bastones para ir dirigiendo. Es divertidísimo». Sigue y no para.
Adrián tiene dieciséis años y desde hace cinco es parte de esta maravilla. Ahora también colabora como voluntario. Como su padre. «Realizo casi todas las actividades. Es una forma de superación personal, ves que vales, que puedes. Es increíble». Rosa nos habla desde Sierra Nevada. Hace tres días empezó a esquiar. Su voz lo dice todo. «Cuando contacté con También estaba hundida, pensaba que no servía para nada y nada tenía sentido. Con ellos me ha cambiado la vida, te das cuenta de que hay muy pocas limitaciones y que puedes hacer lo que hacen los demás».


-Sin barreras mentales
La conversación se cierra con Irene Villa. Sobran las palabras. Por ese repugnante atentado de ETA por el que tuvo que pasar, se convirtió en parte de nuestras vidas. «La Fundación significa todo. Cambió mi vida, aprendí a bucear, a montar en bicicleta y hasta he hecho el Camino de Santiago, algo impensable para una persona que no tiene piernas», indica. «El deporte es bueno para todo el mundo y mucho más para nosotros, por la calidad de vida que supone estar en forma».
Teresa sonríe. A pesar del ritmo frenético que le marca su vida. Y se emociona. Cuando ve las caras de alegría y de felicidad de la gente, cuando lee sus testimonios, cuando asiste a la boda de un voluntario con una persona con discapacidad... Y conoce a sus hijos, los ve crecer. «Somos como el resto de las personas y lo único que necesitamos es que nos ayuden a eliminar las barreras arquitectónicas y mentales que tiene la sociedad con nosotros». Ahora, ya saben. Manos a la obra.


**Publicado en ·"ABC"

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