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12 November 2010

Los disléxicos piden un examen de la Selectividad que no les discrimine

Los estudiantes que llegan a las puertas de la universidad y que padecen dislexia, un trastorno neurológico que dificulta el aprendizaje de la lectura y la escritura, y en ocasiones el cálculo, pero que no afecta a la inteligencia, se enfrentan a las pruebas de selectividad en las mismas condiciones que el resto del alumnado, a pesar de que durante el Bachillerato reciben un trato diferenciado a la hora de evaluarlos. La Associació Catalana de Dislèxia trasladó meses atrás la denuncia de esa situación al Síndic de Greuges, tras los reiterados intentos frustrados de que la Conselleria d'Innovació, Universitats i Empresa fuese receptiva a sus demandas, pero su queja no ha alterado la situación.
La entidad, que mañana celebra su 8ª Jornada sobre Dislèxia a Catalunya en el Hospital de Sant Joan de Déu, sitúa entre sus prioridades conseguir que los jóvenes aquejados por esa disfunción consigan ser evaluados con parámetros distintos a los ordinarios en la selectividad, más allá de disponer de algo más de tiempo para realizar las pruebas que el resto a costa de perder minutos de descanso entre exámenes.
La logopeda Neus Buisán, que preside la asociación, reclama que, como sucede en Baleares y en otros países europeos, los exámenes «se adapten a las necesidades de los disléxicos. No siempre necesitan más tiempo. En ocasiones se precisa que puedan escuchar una grabación con el enunciado de los problemas o que la disortografía (errores en la escritura) no sea contemplada en la corrección», explica. «No es que no tenga importancia escribir correctamente --añade--, sino que lo que ocurre es que hay personas que por razones neurológicas no se les puede evaluar de la misma manera que a otras. La idea que subyace es la de que los disléxicos no han de ir a la universidad», asegura.

-LA SITUACIÓN EN LA UNIVERSIDAD
La responsable de coordinar las pruebas de acceso a la universidad (PAU) en Catalunya, Pilar Gómez, admite que «no ha habido progresos» en esta cuestión desde que se decidió conceder más tiempo a los afectados que concurrían a los exámenes. Y se defiende: «Las PAU no son una reválida del Bachillerato, no evaluamos esa etapa, sino que vemos si están preparados para ir a la universidad». Gómez cree injusto situar a las PAU en el ojo del huracán. La cuestión, a su entender, reside en que el escenario con el que se encuentran los disléxicos en la universidad no es mejor que el de las pruebas.
Buisán recuerda que hay universidades, como la Politècnica de Catalunya (UPC), que han suscrito un convenio con la asociación que preside y que les envían alumnos para que, tras someterles a una evaluación de diagnóstico, elaboren un documento con propuestas de adaptación del aprendizaje. Gómez reconoce que «se pueden hacer cosas, pero hay que mantener cierta cautela. Necesitamos un protocolo claro: si no se pueden tener en cuenta las faltas de ortografía hay que saber dónde se pone el límite e identificar claramente quién es disléxico y quién no. No digo que los disléxicos no tengan razón», confiesa.
La presidenta de la asociación cree que, efectivamente, «la disortografía provoca mucho recelo», pero que el problema de fondo radica en «el enorme retraso que arrastra el conocimiento y tratamiento de esa disfunción en España» y que se evidencia «en el déficit de formación de los profesionales especializados». Mientras tanto, dice, «a los estudiantes disléxicos que se presentan a la selectividad se les trata como si a los que llevan gafas o audífonos se los hicieran quitar».

**Publicado en "El Periódico de Catalunya"

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