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21 November 2010

Las campañas electorales estresan a la población

Algunos países viven con pasión desmedida las campañas electorales: como si se tratase de la prolongación de una guerra civil a través de las urnas. Por fortuna, en las democracias del mundo desarrollado (y entre ellas España) la sangre no suele llegar al río y las campañas no van más allá de un ruidoso choque dialéctico. Sin embargo, la ausencia de violencia física no excluye que la tensión ambiental que genera toda campaña se traslade a la sociedad y que la generalizada agresividad verbal provoque efectos en los individuos y las colectividades. Esos efectos son, a veces, indirectos o a medio plazo, al acentuar los antagonismos ideológicos o los prejuicios interterritoriales (y un buen ejemplo de ello sería la extendida catalanofobia).
Pero los efectos pueden ser también inmediatos. Y la pregunta es a cuántos individuos y en qué magnitud puede afectar la pugna virtual que supone toda cita con las urnas. Y ahí, los sondeos ofrecen algunas pistas sobre las víctimas potenciales del estrés ambiental que puede provocar una campaña. Por ejemplo, un porcentaje relevante de personas - al menos una de cada tres-se confiesa interesado y hasta preocupado por la política. Y cuando la pregunta se traslada al interés con que los individuos siguen las campañas electorales, la cifra crece. Así ocurre en las campañas para las elecciones generales, seguidas con atención por casi la mitad de los españoles.

De hecho, los dilemas electorales o el contenido de la campaña (más en las elecciones generales que en las catalanas) son objeto de conversación habitual en uno de cada cinco hogares (y de debate frecuente en dos de cada cinco). Además, la mitad de los españoles discute a menudo con los amigos sobre las disyuntivas de los comicios. Y estas cifras crecen en campañas más polarizadas. Por ejemplo, las discusiones fueron más generalizadas en la campaña para los disputados comicios del 2008 que para los del 2000. Es más, de ese porcentaje de familias que discuten sobre la campaña (y que oscila entre el 45 y el 58% de los casos, según la controversia que susciten los comicios), tres cuartas partes debaten incluso la decisión de votar y a quién. Y la experiencia revela que esas conversaciones no siempre son sosegadas. En este sentido, uno de cada cuatro ciudadanos considera que la sintonía ideológica con su pareja es fundamental para la felicidad de su matrimonio. Claro que la posmodernidad, con su crepúsculo de las ideologías, ha amortiguado la magnitud de esa variable. Hace treinta años la mitad de los consultados consideraba básico para la felicidad de un matrimonio el acuerdo en cuestiones políticas.

Y esa tasa sólo cayó por debajo del 40% en los años 90. Aun así, la importancia del conflicto potencial que supone este indicador se aprecia si se tiene en cuenta que casi un 20% de las parejas no comparten los mismos puntos de vista, una cifra que ha crecido en más de la mitad en la última década. Más allá de la familia y ya en el plano estrictamente individual, el potencial de tensión que supone acentuar el debate ideológico durante las campañas se refleja en el hecho de que uno de cada cuatro españoles se siente a disgusto con personas de ideas diferentes a las suyas. Una tasa que se acentúa entre los votantes del PP o IU (ya que alcanza al 35%) y que, en cambio, se amortigua muchísimo entre el elector de CiU (pues sólo alcanza al 17%). Y algo más relevante aún, pues se acelera en el día a día de la campaña: el impacto emocional de los ataques cruzados. Sobre todo porque la tolerancia es baja: casi el 50% de los españoles se ha mostrado refractario a las críticas al partido que suelen votar (pues a un 15% le molesta y a un 32% le desagrada escuchar los ataques).

La incomodidad de estos ciudadanos parece, por tanto, bastante asegurada en la atmósfera belicosa de cualquier campaña. Y finalmente un dato directamente relacionado con el estrés electoral: la reacción ante las expectativas sobre el desenlace de los comicios. En el 2008, uno de cada cinco ciudadanos dijo sentir miedo ante una victoria del Partido Popular, y más del 8% confesó experimentarlo ante la posibilidad de un triunfo del PSOE. En total, casi un 30% vivió la campaña con la aguda incertidumbre de que pudiese ganar un partido distinto al que pensaba votar. Sin olvidar que en el otro extremo se encuentra un contingente de ciudadanos que oscila entre el 5% y el 20% y que expresa un permanente sentimiento de irritación hacia la política. Para todos ellos, una campaña electoral no es precisamente un bálsamo.

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