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06 July 2010

El tratamiento psicológico funciona en cuatro de cada cinco maltratadores que los completan

La violencia doméstica es uno de los principales problemas a los que se enfrenta año a año la sociedad española. En los casos en los que se producen, es importante dispensar un apoyo psicológico a las víctimas, para ayudarles a superar el trance. Pero, ¿y los agresores? ¿Deben recibir tratamiento psicológico? Para Enrique Echeburúa, catedrático de Psicología Clínica de la Universidad del País Vasco, la respuesta es rotundamente afirmativa. De hecho, cuatro de cada cinco maltratadores que se someten al tratamiento y que lo acaban por renunciar a la violencia definitivamente.

Echeburúa participa hoy en la jornada Cerebro, Psiquiatría y Sociedad, que organiza la Sociedad Vasco-Navarra de Psiquiatría en Vitoria. En ella, comentará los resultados obtenido después de más de 15 años de experiencia en el tratamiento de hombres violentos con sus parejas en Álava y Vizcaya. “Tratar a un agresor contra la pareja no significa considerarle no responsable de sus actos”, afirma Echeburúa, que añade que “muchos hombres violentos son responsables de sus conductas, pero presentan limitaciones psicológicas importantes en el control de los impulsos, en el abuso de alcohol, en las habilidades de comunicación y gestión de problemas, en su sistema de creencias, en el control de los celos, etc.”.

El inicio de las investigaciones en este campo surgió al comprobar Echeburúa y su equipo que muchas de las mujeres víctimas de malos tratos a las que trataban seguían conviviendo con sus parejas. “Nos sorprendió muchísimo, y empezamos a pensar en la necesidad de tratar también a los agresores, con el fin de que no se repitieran las conductas agresivas”, explica el catedrático.

De hecho, los expertos justifican los tratamientos a los agresores por la protección de las víctimas actuales, por la prevención de la violencia con posibles futuras víctimas, para evitar la extensión de la violencia a los hijos, y “por la oportunidad que hay que dar a los agresores para cambiar su conducta”, afirma el experto. Aun así, añade Echeburúa, “el tratamiento no se plantea como una alternativa a las penas, sino como una actividad complementaria”. Es por esto que muchos de los tratamientos se producen en las propias cárceles.

A priori, los psicólogos clínicos se encuentran con el problema de que el agresor acepte el tratamiento. No en vano, el abandono de las terapias, sobre todo al principio, es uno de los principales hándicaps que se encuentran expertos como Echeburúa. “El alto abandono inicial se debe, fundamentalmente, a que los agresores presentan una serie de conductas bastante comunes, como la falta de reconocimiento del problema, o la adopción de una actitud soberbia de autosuficiencia, con un aparente dominio de la situación, posiciones ambas que dificultan la ayuda terapéutica”.

En muchos casos, el terapeuta no dispone de suficiente tiempo para ganarse la confianza del paciente, lo que hace prácticamente imposible la rehabilitación. Además, aquellos que acuden a la terapia a instancias de sus compañeras sentimentales y no a través de un mandato judicial, son más difíciles de convencer para mantener el tratamiento. Es, no obstante, en estos casos en los que hay que poner más atención, pues son en los que la víctima es más proclive a sufrir de nuevo la violencia. “Los agresores saben que la violencia les proporciona beneficios, consiguen doblegar la voluntad y someter a su compañera, y eso hace que recaigan fácilmente”, afirma Echeburúa.

Por esta misma razón, es importante también el tratamiento aún cuando el agresor no convive con su pareja, para evitar futuras víctimas. “Como el agresor sabe que la violencia le produce esos beneficios, es muy probable que después de los primeros años en los que dura la ‘locura transitoria’ que es el enamoramiento pasional, vuelva a recurrir a la violencia para conseguir lo que desea”, añade el psicólogo.

Sin embargo, algo en lo que coinciden todos los expertos es en la importancia de la educación social como herramienta clave a la hora de prevenir futuros casos de violencia doméstica. Esta educación debe ser, además, especialmente atenta con los niños que han vivido situaciones de violencia en sus propios hogares, pues este clima violento de convivencia puede hacer que en el futuro ellos mismos lo desarrollen en sus futuras familias.

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